El aire en la casa de los Miller estaba cargado de ira y decepción. Erick, con la corbata deshecha y las mangas arremangadas, enfrentó a Alexis frente a las escaleras del vestíbulo. Jorge, al fondo, destrozaba cuadros y lanzaba libros contra la pared, su respiración entrecortada por los sollozos de rabia. ¡Linda se había ido, los había dejado! ¡Todo por culpa de Alexis!
—¿En qué demonios estabas pensando? —rugió Erick, empujando a Alexis contra la pared—. ¡Ella nos necesita! ¡TE necesita! ¿Por qué actuaste de esa manera? Linda te ama y a veces creo que solo a ti te ama... Puede faltarle Jorge, puedo faltarle yo y definitivamente no le importaría.
Alexis, con los ojos vidriosos y el aliento a alcohol, se liberó del agarre con brusquedad. —¿Y qué querías que hiciera? ¡Franchesca me entiende! No me juzga como Linda… como ustedes. Franchesca es solo Franchesca y comprendí que Linda jamás podrá ser Loreine.
—¿Esa mujer te entiende? —Jorge se abalanzó hacia él, tomándolo del cuello de la ca