Linda abandonó la empresa de los Miller con una mezcla de alivio y tristeza. Había decidido que no estaba dispuesta a soportar más las humillaciones de la matriarca, una mujer que parecía disfrutar aplastando a los que consideraba inferiores. Pero lo que más le dolía era la idea de dejar atrás a los hermanos Miller, a quienes había llegado a querer de formas que nunca imaginó posibles. Durante esos casi tres meses a su lado, había desarrollado un intenso sentimiento hacia los tres hombres: cada uno con su encanto, su particularidad y su forma de hacerla sentir viva.
Mientras se alejaba del edificio, Linda llamó a un taxi y se dirigió a la mansión Miller. No tenía intenciones de irse para siempre, al menos no si ellos mismos no se lo pedían. Había algo en su interior que le decía que su historia con ellos aún no había terminado.
Al llegar a la mansión, la familiaridad del lugar la envolvió. Era un hogar lleno de risas, discusiones y, sobre todo, amor. Se sentía en casa. Linda decidió q