El edificio Lariel parecía el mismo. Cristal. Acero. Dinero. Darshen cruzó el vestíbulo. Seguridad asintió. Lo conocían. Siempre lo habían conocido.
El ascensor a la planta ejecutiva necesitaba una llave. Él tenía una. Richmond se la había dado años atrás.
Decimocuarto piso. Las puertas se abrieron. Kenwood estaba allí. Esperando. "Sr. Darshen." La misma sonrisa educada. "Lo están esperando."
"Lo sé." Respondió Darshen, algo irritado.
Kenwood lo condujo por el pasillo. Pasó la oficina de Richmond. Pasó las salas de conferencias. A la oficina de la esquina. La que pertenecía a Sebastian Lariel.
"Buena suerte", dijo Kenwood. Sin sarcasmo. Casi sincero. Darshen llamó una vez. No esperó respuesta. Simplemente entró.
Sebastian estaba sentado detrás de su escritorio. Un guardaespaldas estaba junto a la ventana. Se veían exactamente como siempre. Perfectos. Controlados. Intocables.
"Darshen." Sebastian señaló una silla. "Siéntate."
Se sentó.
La secretaria entró. Sonrió. De esa manera que no