Rose abrió la puerta de su apartamento y entró. Luces apagadas. Silencio absoluto. Se sentía pesada. Su mente bullía. Dejó las llaves sobre la mesa y se llevó la mano a la frente.
Maya salió de la cocina con un tazón en la mano. Se detuvo al ver a Rose. —¿Estás bien?... Pareces cansada —dijo frunciendo el ceño.
Rose asintió una vez. —Un día largo. —Maya esperó a que dijera algo más. Rose no respondió.
Se dirigió al sofá y se sentó. Sentía las extremidades temblorosas. El mundo le daba vueltas. Maya dejó el tazón y se sentó a su lado. —¿Ocurrió algo en el trabajo?
—No —respondió Rose. Una mentira. Breve. Controlada.
—Estás pálida —insistió Maya, acercándose más a Rose—. ¿Segura que estás bien?
—Dije que estoy bien —repitió Rose, ligeramente irritada. Maya frunció el ceño.
Rose odiaba lo débil que sonaba su voz. No le quedaban fuerzas. Su teléfono vibró. Número desconocido. Una sola palabra.
Rosie.
Sintió un nudo en la garganta. Bloqueó la pantalla antes de que Maya la mirara. —Parece