—¿Quieres desayunar? —me pregunta.
—No, no me siento bien —le respondo, intentando sonar convincente.
—¿Quieres que te suba el desayuno? —se ofrece pero niego.
—Por favor, me voy a quedar en la habitación toda la mañana... o hasta que me sienta bien —le pido.
—Pero si estás enferma, ¿qué sientes? —insiste.
—Un poco de desaliento, nada más —le digo, intentando restar importancia.
Mi hermana asiente y se va, cerrando la puerta detrás de ella.
Me quedo en silencio, pensando en la verdadera razón por la que no quiero salir. Es porque no quiero toparme con él. Me da vergüenza enfrentarlo después de lo que pasó. Me siento nerviosa y mi corazón late con ansiedad.
Me quedo dentro de la habitación, mirando alrededor sin saber qué hacer. La habitación es acogedora, con una cama grande y un escritorio en un rincón. Hay una ventana que da al jardín, y el sol entra por ella, iluminando todo con una luz suave.
Al mirar más detenidamente, noto que en una esquina hay un caballete con acuarelas y pint