Ella se paró frente a la puerta con el pecho mojado y la respiración acelerada. Cerró los ojos y murmuró como un mantra, con las mejillas rojas de calor.
¡¡¡Ese hombre, tan vulgar!!!
Se recostó sobre la puerta con el corazón acelerado y una tensión ante la necesidad de libertad corriendo por sus venas. Su actitud infantil, por un segundo, podía compararse a la de una adolescente que es descubierta viendo algo que no debería.
Comenzó a reírse como si fuera una loca.
¡Está demente!
Las emociones que ha retenido salieron como si se tratara de la caja de Pandora. Toda mojada; ella notó su cuerpo expuesto, su cordura frágil y divertida, exhibida para ser juzgada por cualquiera que pudiera alimentarse de sus pecados. El agua caía sobre sus mejillas, sabía salada como el agua de mar, tan profundas y vacías, pero a la vez tan llenas de emociones humanas e imperfectas.
Al final, no hay dónde ir.
No importa lo que ella haga, su destino es el castigo que la persigue, la cruz que tení