El salón de audiencias menores se hallaba vacío excepto por dos mujeres. La luz invernal se filtraba por los vitrales, proyectando fragmentos de color sobre el suelo de piedra pulida. Liria permanecía de pie, con la espalda recta y las manos entrelazadas frente a ella, mientras la Canciller Meredith la observaba desde su asiento elevado. El silencio entre ambas era denso, cargado de intenciones no pronunciadas.
"Lady Liria," dijo finalmente la Canciller, su voz suave como terciopelo pero afilada como una daga. "Qué agradable sorpresa encontraros solicitando una audiencia privada. ¿A qué debo este... honor?"
Liria estudió a la mujer frente a ella. Meredith de Altenmark, Canciller de Norvhar, era una figura imponente incluso sentada. Su cabello plateado recogido en un elaborado moño, sus ojos grises calculadores, y ese perpetuo gesto de ligera condescendencia que parecía reservar especialmente para ella.
"Agradezco que me concedierais unos momentos de vuestro valioso tiempo, Lady Cancil