El viento aullaba como un animal herido entre las cumbres nevadas. Liria observaba el paisaje desde la ventana de la carreta, un mundo blanco y gris que parecía extenderse hasta el infinito. Habían partido al amanecer, cuando la conspiración en la corte amenazaba con alcanzarlos, y ahora, tras dos días de viaje por caminos cada vez más estrechos y empinados, divisaban por fin su destino.
La Fortaleza de Piedrahelada emergía de la montaña como si hubiera sido tallada directamente de ella. Sus torres puntiagudas se alzaban desafiantes contra el cielo plomizo, y sus muros, de un gris casi azulado, se confundían con la roca natural.
—Es el lugar más seguro de Norvhar —dijo Caelan, rompiendo el silencio que había mantenido durante horas—. Nadie puede llegar aquí sin ser visto desde leguas de distancia.
Liria asintió, frotándose las manos enguantadas para combatir el frío que se colaba incluso a través de las pieles que la cubrían.
—¿Quién sabe que estamos aquí?
—Solo Thorne y los hombres d