CARLA MORELOS
Salí de la habitación con el cuerpo hirviendo de rabia. ¿Cómo pude dejarme llevar así? Me maldije una y otra vez, recordando ese beso. El maldito beso.
Mi mente lo repetía, incapaz de bloquearlo. Ese contacto, su dureza contra mí, la forma en que su cuerpo se presionó contra el mío... ¡Maldita sea! ¿Por qué me hizo sentir algo? ¿Por qué mi cuerpo reaccionó? La imagen de Damián me seguía, imparable, su sonrisa burlona, la intensidad de su mirada. Y esa sensación... Esa sensación de sentir su tamaño, la dureza de su miembro a través de la ropa, ¡por Dios!
¡No, Carla, concéntrate! Me ordené a mí misma mientras caminaba rápidamente por el pasillo. Es un hombre. Los hombres mienten. Nadie tiene que saber lo que sentí. Eso fue solo el momento, la provocación... El maldito juego de Damián. Eso es todo.
Respiré profundamente, como si pudiera despejar mi mente, pero la ardiente sensación en mi cuerpo no se iba. ¡Concéntrate! Me repetí de nuevo, apretando las manos contra las pal