ASHER WILSON
El vapor del café recién hecho se elevaba en espirales lentas sobre la taza, pero yo no lo miraba. Tenía la cabeza inclinada hacia el broche.
Esa pequeña mariposa de alas moradas descansaba sobre la mesa como si fuera la pieza perdida de un rompecabezas que llevaba años intentando resolver.
Lo tomé entre mis dedos y lo giré con cuidado. Era tan delicado, tan único… parecía contener un secreto.
Y por primera vez, tenía una pista.
La caligrafía de la carta, la dulzura de las palabras, las emociones contenidas… Todo volvía a mí en oleadas.
Años de cartas anónimas, de confesiones escritas con tanto amor y miedo a la vez. Años de compañía silenciosa.
De consuelo sin rostro.
Nunca supe quién estaba detrás de esas líneas que llegaban a mí como bálsamos. Cuando el mundo parecía quebrarse, sus palabras me mantenían de pie.
Cuando creía estar solo, ahí estaban.
Y ahora…
Este broche. Esta señal.
Mi corazón golpeaba fuerte, como si estuviera a punto de descubrir algo sagrado.
Me incl