Ethan por fin soltó la cintura de Alexandra, aunque la sonrisa desafiante seguía en sus labios. Gabriel, sin esperar un segundo más, tomó a Alexandra del brazo con fuerza y la sacó del bar entre empujones de gente sorprendida por la escena. El aire fresco de la noche la golpeó en el rostro, pero su furia ardía más que cualquier viento helado.
—¡¿Cuál es tu problema, Gabriel?! —exclamó, su voz resonando con enojo y humillación.
Gabriel se detuvo justo afuera, la sostuvo con brutal firmeza y la miró con esos ojos oscuros que parecían atravesarla. —¿En serio preguntas eso? —rió sin humor, una carcajada sarcástica que le heló la sangre—. Estabas prácticamente teniendo sexo con él frente a toda una multitud.
Alexandra alzó la barbilla, dolida, rabiosa. —¿Y? Seguramente tú hiciste lo mismo con Helena, y yo no te reclamé nada. Así que déjame vivir en paz.
El nombre de Helena cayó entre ellos como una bomba. Gabriel tensó la mandíbula, sus facciones se endurecieron como piedra.
—No vuelvas a