Capítulo 3 "Receta de amor"

No había podido dormir en toda la noche, me sentía como tal vez nunca en mi vida me había sentido y no lograba entender cuál era la verdadera razón. ¿Por qué no podía dejar de pensar en ese beso? Era algo que no debía de haber sucedido, sin embargo, a pesar de saber que estoy con Cecily no dejaba de pensar en ella.

Mi pecho se sentía aplastado, quería verla. Ella siempre había estado en mi entorno, en el mismo instituto en el que estudié, en las reuniones de familia, ella siempre había estado, pero jamás había puesto mi mirada en ella.

No puedo decir que era entendible que no lo haya hecho, tiene un cabello rubio rizado precioso, unos ojos verdes hipnóticos, la mayoría de hombres cuando la ven pasar se quedan viéndola, todos menos yo, que siempre estuve ciego.

Lancé un cojín al suelo furioso, no lo comprendía, ¿qué era este sentimiento alojado en mi pecho?

Me quedé en la misma posición, ni siquiera me quería levantar de la cama, pero no tenía demasiadas alternativas, tenía que ir al trabajo. Así que di un brinco de la cama, fui directo a desayunar y mientras me comía mi deliciosa tostada, tocaron al timbre.

No esperaba a nadie, pero quizá era el encargado del edificio con algún paquete, eso fue lo que pensé hasta que abrí la puerta y tuve que bajar la mirada para percibir a la pequeña criatura ante mis ojos.

—Esa carca de anciano está peor que la última vez que te vi —dice en ese tono burlesco la misma niña del parque— Esperaría que me ofrezcas una disculpa por romper mi balón, pero ya no espero que lo hagas.

—Lo repondré, es lo mínimo que puedo hacer luego de haberlo explotado —me encojo de hombros— Pero no me voy a disculpar, tú me faltas al respeto al hablarme de ese modo.

—No quiero otro balón, de hecho, la razón por la que estoy aquí creo que debería de interesarte más —se cruza de brazos, apoyada.

—¿Qué quieres? —le pregunté sin rodeos.

—Verás, ayer te dejé un pastel en la puerta y dado que no has dormido, puedo suponer que no dejaste de pensar en toda la noche en la mujer que estuvo en tu apartamento, anoche —empezó a decir.

¿Cómo lo sabía? Es decir, sabía que había habido una mujer en mi apartamento, eso ya era preocupante, pero no era solamente eso, sino que sabía que no dejaba de pensar en ella, lo que verdaderamente me importaba saber era cómo.

—¿Me estuviste espiando? —pregunté evitando decirle lo que ella quería escuchar.

—Esperaba que preguntaras como sé que no dejas de pensar en ella, pero ya que no piensas preguntar, porque además de arrogante eres orgulloso, te lo diré de todos modos —colocó un gesto de diversión— El pastel era una receta de amor, ahora vas a estar enamorado de esa mujer para toda la vida.

—Deja de decir tonterías, niña, un pastel lleva cosas normales, harina, huevos, leche, esas cosas —frunzo el ceño— No puedes hacer un pastel para enamorar a las personas.

—Sí, bueno, suponía que eso iba a decir un hombre tan amargado con mente de anciano, pero la verdad es que mi familia lleva años teniendo una tienda popular —extendió sus manos con un folleto— En esa tienda se hacen pasteles de amor, las personas llevan a la persona que les gusta, ambos rellenan un formulario y si hay compatibilidad se les da a comer un pastel del amor, de ahí nacen los verdaderos sentimientos.

Me quedé mirando el folleto, parecía real, incluso estaba anotada la dirección, pero es que eso de las recetas del amor no podía ser real, era cosa de magia o brujería o vaya a saber qué, pero no era algo normal.

—¿Entonces tu familia se dedica a destruir la vida de las personas por el resto de su vida? —le pregunté a lo que soltó una pequeña risa.

—No seas tan tonto, por supuesto que no, luego de tantos años mi familia sabe qué parejas perdurarán, solamente le dan el pastel a las personas indicadas —se encoge de hombros sonriendo con picardía— Solamente que tú me has hecho enojar con tu actitud, así que pensé en divertirme y ver tu vida destruirse.

—Vas a deshacer esto —le ordené entre gruñidos.

—No se puede deshacer, así que espero que seas muy feliz persiguiendo a esa mujer, por cierto, por la manera en la que te habló, parece que no está muy contenta contigo, algo que realmente entendería, porque no eres la mejor opción para una chica —se carcajeó.

Me quedé mirando como se marchaba, la vi entrar en el apartamento de al lado, ahora al menos sabía de donde venía. Nunca me había preocupado quienes eran mis vecinos, no sabía ni siquiera el nombre de sus padres, pero realmente tenían que hacer algo con respecto a la educación de su pequeña bribona, no podían dejar que fuera asustando de ese modo a la gente.

No creo en ese cuento que vino a decirme, esto había sido cosa de una venganza de una niña, quería hacerme sentir mal por lo ocurrido en aquel parque, que me disculpara, pero eran cosas que al final se quedaría esperando.

Me terminé de alistar y me fui a mi oficina, no quería ni siquiera continuar dando vuelta a ese asunto.

Al llegar a la oficina me di cuenta de que me estaba esperando Cecily, estaba sentada en la silla de mi escritorio, no quería tampoco hablar con ella, si se hubiera quedado conmigo en la tarde esto no hubiera ocurrido, quizá el pastel se lo hubiera comido ella, vaya uno a saber.

—Parece que no amaneciste mucho mejor —dice haciendo una mueca en cuanto me vio pasar— Vine a decirte que espero que eches a la calle a esa empleada Max, no quiero que se vuelva a repetir algo como lo de ayer.

—Ayer me dejaste solo en un parque, luego de decirte que había cambiado mi agenda para estar contigo y hoy vienes aquí para decirme esto —sonrío de lado con decepción— Creo que realmente las cosas entre nosotros no van bien Cecily, si no eres capaz de confiar en mí, no tenemos nada que hacer juntos.

Ella se quedó en un inmenso silencio, como si mis palabras por primera vez fueran duras para ella, entendía que lo fueran, pero era hora de empezar a poner límites, porque el quedarme siempre callado para no tener problemas con ella empezaba a cansarme.

—No puedo creer que sea tan fácil dejarme ir —comenta pasando su mano por su frente— Max, solamente ha sido una discusión de las de siempre.

—Ahí está el problema, son discusiones, en las que tú siempre dices lo que piensas, en las que siempre hablas de empatía, pero no te detienes un momento a pensar en como me siento yo ante tus palabras —le reprocho frustrado— Eso ya me tiene cansado.

El silencio volvió a hacerse presente por su parte, pero yo, yo había empezado a dejar salir lo que tendría que haber salido en un principio y a estas alturas no sé si estaba dispuesto a detenerlo.

—Quiero que nos tomemos un tiempo —suelto de repente.

Veo como las lágrimas empiezan a correr por sus mejillas, siento una punzada en el pecho, pero la realidad es que necesitaba pensar si esto era lo que yo quería, si de verdad me apetecía estar con una persona que de todo lo hacía un problema.

—No puedes estar hablando en serio, llevamos años juntos, yo te amo —murmura con la voz quebrada.

—Lo siento —me limito a responderle con frialdad.

La vi marcharse llorando, pero una parte de mí no se sentía como antes, no me sentía culpable y eso era nuevo para mí. De todos modos volvió a mí el pensamiento del beso que me había dado con Marcelene y deseaba en lo profundo de mi corazón ir a verla.

Mi cuerpo no me obedecía por completo, en un pestañeo estaba fuera de la empresa, estaba en mi coche, había conducido hasta una florería, había comprado un ramo de rosas rojas que es un clásico y nunca falla.

Me planté delante de la empresa de Marcelene, como si realmente no fuéramos competencia y la vi ahí parada, se veía molesta, pero también podía notar que disfrutaba de la brisa. Cuando nuestras miradas se fijaron la una en la otra, pude sentir mi corazón galopando con fuerza, diciéndome que debía de hacerlo.

La besé con el ramo de flores aún en mis manos, pero entonces escuché una voz gruesa decir su nombre, justo cuando estaba disfrutando más de sentir sus labios y fuimos obligados a separarnos.

Su rostro quedó más pálido de lo normal, sus ojos se cristalizaron un poco y yo giré medio rostro para encontrarme con un rostro nuevo para mí, pero que sin duda sería un problema, la piedra en mi camino, en mi objetivo.

—¿Esto es en serio? —la sonrisa amarga en el rostro de ese hombre me lo dijo todo, era su novio.

—Torin, no es lo que parece, te lo juro que yo…

—¿Qué vas a jurarme? Mírate, ni siquiera cuando te besó pudiste detenerte a pensar dos segundos en que estaban apoyados en mi coche, si realmente quería terminar lo nuestro solamente me lo debías decir —negó con nerviosismo— No puedo creer que seas capaz de hacerme tanto daño.

—Él me ha besado, yo, yo —repetía como si no pudiera dar una justificación.

Entonces vi la oportunidad de hacer algo, que probablemente haría que Marcelene me tuviera un poco más de odio en su corazón, pero ya me encargaría yo de aplacar esos sentimientos, solamente tenía que conocer un poco mejor para saber lo que significa estar conmigo.

—No le des más excusas —la tomo de la mano y ella me clava la mirada sin entender lo que está sucediendo— Te lo quería decir, pero he llegado de improvisto y no hubo manera de contener lo que pasó, lamento que lo hayas averiguado de esta manera, pero Marcelene está conmigo.

Él soltó una risa nerviosa, se pasó la mano por la frente como si le pareciera increíble lo que acababa de suceder, luego clavó su mirada sobre Marcelene, estaba en un estado que ni siquiera era capaz de abrir su boca.

—Se pueden ir al diablo —sentenció furioso con la mandíbula tensa.

Aparté a Marcelene cuando lo observé subirse al coche y arrancó, dejándonos parados allí, en silencio, con solamente el bullicio de la ciudad. Marcelene se derrumbó, se cayó de rodillas y empezó a llorar, entonces sentí mi corazón comprimirse y me incliné a su lado.

—¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Por qué sigues empeñado en arruinar mi vida Maxwell? Dime, ¿qué fue eso tan malo que te hice? —interrogó en un hilo de voz sin ser capaz de mirarme a los ojos.

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