Capitulo 3
Un Alfa poderoso de otra manada
Cuando Maya rodó por la pendiente, un instante antes de que su cuerpo siguiera cayendo hacia el acantilado, unas manos fuertes la atraparon con precisión letal, ella no lo sabía aún, pero quien la había salvado era Erick, Alfa del clan Selmorra.
A diferencia de los lobos de Lunareth, el clan de Erick dominaba una habilidad ancestral: el desplazamiento veloz, casi imperceptible al ojo de otros lobos, esa velocidad que logró atraparla fue lo único que impidió que Maya terminara hecha pedazos contra las rocas.
Desde lo alto del barranco, Erick divisó sombras moviéndose entre los árboles, eran muchos. Betas, omegas… incluso un par de alfas de Lunareth. Venían tras ella como perros rabiosos. No lo sorprendió. Sabía que ese clan era implacable con tal de ocultar sus secretos.
—Deshazte de ellos por mí —ordenó fríamente a uno de sus hombres, un lobo de pelaje blanco que esperaba instrucciones.
Sin perder más tiempo, se giró y desapareció entre la espesura del bosque con Maya en brazos, envuelta en su capa, la que le había dado Dina, se veía frágil como una flor a punto de romperse.
Tres días después…
Maya despertó, parpadeó varias veces, su cuerpo aún dolía, pero el calor y el aroma del lugar eran diferentes, estaba acostada sobre una cama blanda, cubierta con mantas gruesas. Las paredes eran de madera oscura, adornadas con símbolos que no reconocía.
“se parecen al emblema del clan de Lunareth..”. —Se dijo.
Un leve temblor le recorrió la espalda,no sabía dónde estaba… ni con quién.
Entonces, del otro lado de la puerta, escuchó una voz.
—¿Por qué demonios sigue dormida? —rugió un hombre, con un tono que la hicieron temblar. —. Lleva tres días en esta habitación y ni uno de ustedes ha sido capaz de despertarla.
—Lo… Lo lamentamos señor… —Respondió uno de ellos. —Si no lo logran pronto, juro que los enviaré a trabajar a las minas de oro sin descanso, a todos ustedes.
“Ese hombre… esa voz.” —Pensó Maya, mientras su cuerpo se tensaba bajo las sábanas…
No lo había visto con claridad, pero algo dentro de ella lo supo de inmediato: él era el que la había salvado.Y también, posiblemente, el próximo peligro en su vida.Porque nadie rescataba a una humana en ese mundo de lobos, eso lo había entendido…
Erick tenía una presencia que se sentía antes de verlo, emanaba una energía poderosa, aun así, cuando abrió la puerta, lo hizo con una suavidad sorprendente, como si se acercara a un animal herido y no a una prisionera.
Maya, al escucharlo, cerró los ojos de inmediato, fingiendo dormir.
Pero él lo notó…
Se quedó allí, de pie junto a la cama por unos segundos que parecieron eternos. Luego se acercó con pasos silenciosos y se sentó a su lado. No tocó nada. Solo habló, en voz baja, pero firme, con un tono tan seguro y áspero.
—Sé que estás despierta. Abre los ojos, pequeña humana.
La voz se oía grave, envolvente, y llevaba una mezcla extraña de autoridad y paciencia. Maya no quería responder, sin embargo abrió los ojos.
Él la observaba con una media sonrisa, apenas perceptible, como si pudiera oler su miedo… y eso lo divertía.
Maya lo miró, el tenía los ojos más oscuros que había visto jamás, casi tan negros como la noche que la había traído hasta él. Su rostro se veía fuerte, definido, con una cicatriz que cruzaba una de sus cejas, la del lado izquierdo, se trataba del mismo hombre de la fotografía que había visto una vez, solo unos segundos, en manos de Denzel.
Erick, el Alfa del clan Selmorra…
El líder más temido. El que, según los susurros en Lunareth, nunca perdonaba una traición.El que cazaba hombres lobos por igual, sin piedad si cruzaban su territorio.Volvió a sentirse desesperada, no quería estar en otra tribu, mucho menos en esta. No quería tener nada que ver con ningún hombre lobo jamás.
Erick pareció notarlo. Inclinó un poco su rostro hacia ella, sin borrar esa sonrisa sutil. Se acercó lo suficiente para que ella sintiera el calor de su aliento en la piel.
—Si quieres sobrevivir —susurró en su oído, con una voz que sonó más a sentencia que a advertencia—, debemos hacer un trato.
Maya lo miró con el alma encogida. Su garganta se cerró. Quería gritar, llorar, desaparecer. Pero también sabía que estaba en sus manos.
Que él la había salvado… y ahora la tenía.
—¿Qué tipo de trato? —murmuró, apenas audible.
Erick se incorporó, aún sonriendo.
—Uno en el que tú dejas de correr… y yo decido no entregarte a quienes aún te buscan…
El peligro no había terminado. Solo había cambiado de rostro… —Pensó ella.