19. Juntos pero no revueltos
XIMENA
No tengo idea a dónde vamos, pero no pregunto. Por primera vez en mucho tiempo, me dejo llevar sin miedo. Me recuesto en el asiento del copiloto, cierro los ojos y me hago la dormida. No quiero hablar, no porque no tenga qué decir, sino porque estoy intentando memorizar este instante.
Desde que subimos al auto, Cristopher no ha dejado de mirarme de reojo. Lo noto aunque mantengo los párpados bajos. Tiene esa expresión que solo aparece cuando está intentando no quebrarse: mandíbula apretada, ceño fruncido, los nudillos blancos sobre el volante. Pero hay algo distinto. Su mirada no está vacía ni furiosa como hace días, cuando nos reencontramos. Está llena. Cansada, sí, pero también tranquila, casi… feliz.
Sé que no ha sido fácil para él. No sé exactamente qué ha vivido en este tiempo, pero sí lo suficiente para notar que estuvo a punto de irse por completo. Y eso me rompe el alma. Me arrepiento tanto de no haber vuelto antes. De no haber tenido el valor. De haberme ido así.
Pero