16. Declaración
XIMENA
El silencio del ascensor es peor que los gritos de la prensa.
Subo con la espalda pegada a la pared y los ojos fijos en el piso. No quiero que nadie me vea. No quiero que nadie me hable. No quiero sentir nada. Pero siento… y demasiado. Me arden las mejillas, me tiembla el corazón y la garganta la tengo cerrada como si algo dentro de mí no quisiera dejarme respirar.
Llego al piso donde me estoy quedando y apenas cruzo la puerta de mi habitación, las lágrimas salen sin aviso. No son suaves. Son de esas que raspan. De esas que vienen desde lo más profundo y no piden permiso para romperte en pedazos.
Me dejo caer al borde de la cama con las manos en el rostro. Los labios todavía me arden por el beso que nos dimos en el auto. Un beso que, para colmo, ya es público. Qué estupidez. Qué vergüenza. Qué ruina.
¿En qué momento perdí la cabeza?
Miro las maletas semi abiertas. Algunas cosas tiradas todavía en la cama. Tomo la ropa como si eso fuera a ayudarme a pensar mejor, a organizar mis