Reino de Balai
El rey Ulster, enardecido, caminaba de un lado a otro, lanzando por los aires todo cuanto se cruzaba a su paso. El copero observaba desde un rincón, encogido, sin decir palabra.
—¡¿Cómo ese imbécil pudo cometer un error así?! Llevaba años alimentando al animal y nunca hub0 problemas. —Empujó un mueble hasta volcarlo contra el piso.
El estruendo sobresaltó al joven que, agazapado en su rincón, apretaba firmemente los ojos. De pronto, las manos de su señor le cogieron el rostro con firmeza, como si fuera a destrozarle la mandíbula.
El miedo que aquejaba al copero se convirtió en algo oscuro y perverso. Los deseos de ser castigado nublaron su mente, que repasaba una y otra vez los grotescos recuerdos de la bestia alimentándose, y los gritos agónicos del hombre cuya vida fue segada con bella crueldad.
La mano de Ulster abandonó el rostro del copero y bajó hasta su entrepierna, donde la carne reaccionaba con ímpetu frenético a la excitación que ocultaba en su mente.
—¡Oh