Reino de Uratis
En silencio, Camsuq seguía mirando el cielo de la celda en que él y Magak se hallaban recluidos. La antorcha ubicada en el muro del pasillo dibujaba sombras monstruosas que danzaban sobre ellos. Eran las sombras de los caídos, de los derrotados y del bosque. El bosque era su última esperanza.
—Has criado un coyote, un cuervo —dijo de pronto, con voz susurrante.
Magak, sentado a su lado en el banco, se aferraba la cabeza.
—Tal vez lo obligaron... tal vez todo sea parte de algún plan —su voz temblaba.
—Él debía estar en el palacio, protegiendo a Alira y a Daara, ¿cómo llegó a Karades?
—No lo sé, Camsuq. La última vez que hablé con él, se dirigía a Balai buscando a la princesa Lis.
—¿Será posible que haya sido ella la causa? Aunque lo niegue, tu bastardo siempre ha estado enamorado de Lis. Y ahora se ha enterado de que se la entregué al Tarkut, tal vez incluso de que ya no es una princesa. La pasión ciega a los jóvenes hasta el punto de volverlos bestias. Ese traidor