LVI Salto de fe
Una resplandeciente mañana despertó al reino de Nuante y Lis se desperezó en su lecho, donde Desz ya no estaba. Los dolores por la golpiza de su padre eran casi imperceptibles y se sintió de ánimos para hacer muchos planes.

La bestia la acompañó nuevamente mientras desayunaba. Observaba pensativo los moretones que marcaban su rostro pálido, muestras del amor paterno. Los humanos eran criaturas curiosas, capaces de arremeter en contra de su propia prole, Desz no entendía el sentido de aquello. Ellos no eran eternos y sus efímeras existencias se perpetuaban a través de su descendencia, por lo que atacar a Lis era atacar su legado. No lo entendía.

—No te has puesto las ropas que compré para ti.

Ciertamente aquellas prendas le quedarían mejor que las que usaba, demasiado grandes para su cuerpo tan menudo.

—Creí que las habías comprado para tu esposa —adujo ella, alzando una ceja mientras masticaba unos trozos de manzana.

Desz arremetió con prisa.

—¿Me estás haciendo una proposición,
NatsZ

¿Qué habrá pasado con Riu? ¿Irá Lis a buscarlo?

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