Abro los ojos despacio, me encuentro en la cabaña. Al ver a mi hijo despierto a mi lado y jugando con sus manitos siento tantas emociones encontradas e inexplicables. Empiezo a llorar como una niña abrazada a él.
—Perdóname Atlas... Ni siquiera recordaba tu nombre, mi vida...
Lo acuno entre mis brazos, mis sollozos inundan el lugar. A medida que pasan los minutos consigo calma, él se duerme de nuevo plácidamente a mi lado. Es tan pequeñito, su piel blanca y cabello negro contrastan con sus ojos azules y un pequeño rostro con rasgos muy parecidos a los míos. Es mi hijo, no se puede negar y no me canso de mirarlo. Haría todo por él y porque siempre esté seguro. Pero, de repente y como si se tratara del destino, las lamias entran aquí a toda prisa.
—A solo un kilómetro se está librando una batalla y quedan pocos. ¡Nos están acabando mi señora! El señor Kylian está luchando casi solo, se encuentra débil.
—¿Qué? —Me levanto de inmediato.
—Ha perdido mucha sangre, está herido. Roguemos