Elizabeth se cruzó de brazos, casi indiferente al ver a Altagracia salir corriendo. Aunque siempre había rechazado la violencia, estaba en una etapa de su vida en la que, si alguien parecía merecer un castigo, ¿quién era ella para oponerse?
—Xavier, ¿no crees que tu mensaje fue un poco extremo? —preguntó, llevándose la copa a los labios una vez más.
—Extremo fue que él se atreviera a tocarte —replicó Xavier con frialdad—. Nadie puede poner un dedo sobre ti, Elizabeth. No sin estar consciente de que podría perder las manos.
Sus palabras fueron escalofriantes. Elizabeth apenas suspiró.
—Y dime, ¿cómo va la investigación del secuestro? ¿Ya sabes quién estuvo detrás?
—Por supuesto. Ese maldito de Tony era uno de los subordinados de Vicenzo. El muy cretino no iba a dejar pasar la oportunidad de buscar aliados y golpearme donde más duele —dijo Xavier, mirándola con ternura mientras le acariciaba la mejilla.
Ella cerró los ojos por un instante. Sentía una maraña de emociones enredándose en s