Elizabeth deslizaba su lapicero de un lado a otro mientras observaba la pantalla de su laptop. Los últimos días se habían vuelto monótonos, atrapada en una rutina que la llevaba del trabajo a casa y de casa al trabajo. Xavier lo había notado; podía ver en su mirada el cansancio, la falta de ánimo que poco a poco comenzaba a opacarla.
Con su cumpleaños a la vuelta de la esquina, él quería sorprenderla con algo especial. Sin previo aviso, apareció en su oficina y dio un par de golpes en la puerta.
—Sigue —respondió ella con voz apagada.
Xavier entró directamente, rodeó el escritorio y, colocándose detrás de ella, rozó su cuello antes de besarle suavemente la mejilla.
—¿Cómo estás, mi amor?
—Bien, terminando de revisar unos documentos. ¿Y tú? —contestó Elizabeth con un tono algo distante.
Sin decir nada más, él tomó su mano, ayudándola a levantarse, y la rodeó por la cintura.
—Quiero que cierres todo por hoy. Vamos a la mansión. Ponte un vestido elegante, quiero llevarte a un lugar.
Ella