El idilio entre los enamorados ardía con intensidad. Cada día, Xavier se esmeraba en demostrarle a Elizabeth cuánto la amaba y, sobre todo,se esforzaba en evidenciar los profundos cambios que estaba atravesando. Para ella, eso era lo más valioso: más que los gestos románticos o los obsequios, lo que realmente la conmovía era ver cómo, poco a poco, el despiadado Xavier Montiel iba quedando atrás.
—Dame otro beso, Elizabeth. No nos veremos si no hasta la noche… voy a extrañarte —murmuró él, sujetándola suavemente del brazo. Ella, sonriente, se puso de puntillas y le dejó un beso en la mejilla.
—En la noche te doy los que te debo. Ahora tengo algo urgente que atender —respondió con una sonrisa antes de salir de la mansión. Esa tarde evitó usar su auto nuevo; sospechaba que Xavier la podía estar rastreando con algún GPS oculto. Y lo que estaba por hacer… no admitía esperas.
Marcos estaba sentado en la misma silla de siempre, con su habitual taza de café entre las manos. Elizabeth se ac