UNA CULPA QUE NO CESA

Los días pasaron, y aunque Xavier se mostraba atento con ella, Elizabeth no lograba perdonarle que hubiera asesinado a un hombre frente a sus ojos. Cargaba con ese recuerdo como una herida abierta. Finalmente, decidida, se preparó para cumplir una cita con Marcos.

Apretó un sobre contra su pecho, y con los ojos húmedos, caminó con paso firme hacia la cafetería donde él la esperaba. Sabía que todo debía terminar pronto.

Al llegar y verlo sentado, se enfrentó a una imagen desoladora: Marcos estaba visiblemente afectado, con el rostro desencajado y una expresión de profundo pesar. Su aspecto hablaba por sí solo.

—Hola, Marcos —dijo, tomando asiento frente a él.

—¿Qué tal, Elizabeth? —respondió él sin emoción.

—¿Estás bien?

Él apenas negó con la cabeza.

—No... claro que no me siento bien. Uno de mis mejores hombres murió en una misión.

Elizabeth guardó silencio. Sabía perfectamente a quién se refería.

—Lo siento —susurró.

—Ha sido muy difícil todo esto. Ese hombre tenía una hija de apenas
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