Elizabeth temblaba de miedo. Abrazaba con fuerza a sus pequeños hijos cuando recibió un mensaje de texto:
«El camino está libre. Pueden irse.»
Era Marcos.
Levantó la mirada con nerviosismo y, con suavidad, apartó a los niños.
—Niños, tengo que hablar con Dante —dijo, intentando sonar firme mientras se deshacía de sus brazos.
Emma la tomó del brazo, aferrándose a ella.
—Mami, tenemos mucho miedo. No te vayas, por favor.
—Hija, Dante está aquí cerca. Solo será un segundo, mi amor —respondió Elizabeth, acariciándole el rostro. La niña asintió con ojos llorosos, y Elizabeth se acercó con cautela.
Dante no la había matado todavía solo porque Xavier no se lo había ordenado oficialmente. Pero las ganas no le faltaban, la idea de que Elizabeth los hubiera traicionado lo carcomía por dentro.
—Dante —lo llamó con voz temblorosa.
—¿Qué quieres?
Elizabeth estiró el brazo con evidente temblor y le mostró la pantalla del teléfono. Al leer el mensaje, Dante esbozó una sonrisa cargada de desprecio.
—