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Capítulo 30. Duelo de miradas

ELENA

La muy idiota se quedó ahí, plantada como una estatua con cara de asco. Me miraba de arriba abajo, como si yo fuera poca cosa, como si no entendiera qué hacía alguien como yo cerca del Alfa.

Su cara lo decía todo: desprecio, superioridad, veneno puro.

Y yo le sostuve la mirada. Porque si pensaba que iba a bajarla, que iba a encogerme, que iba a hacerme chiquita, estaba muy equivocada.

Fue un duelo de miradas. Ojos contra ojos, orgullo contra orgullo.

Ya no me iba a esconder, ya no me iba a dejar opacar por nadie. Había tragado demasiado, había aguantado más de lo que debería. Ya era grandecita para andar con tonterías. Y menos con esa estúpida que quería que me sintiera como una mierda.

Y de repente, soltó:

—Ya veremos.

No respondí. No porque no tuviera nada que decir, créeme, tenía de sobra. Pero mis labios se apretaron solos, como si mi cuerpo supiera que no valía la pena. No iba a regalarle ni una reacción, ni una palabra, ni una mueca.

Porque eso era lo que quería, verme
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