Capítulo 29. Por fin, mi sitio
ELENA
La voz de Kael irrumpió el momento. Mi cabeza giró hacia la entrada de la terraza, y allí estaban, mis hermanas y Kael, riendo, con cara de haber descubierto un tesoro.
Mi cara cambió al instante. Estaba frustrada.
—¡Buenos días, parejita! —dijo Natalia—. ¡Qué bien os lo montáis! Desayuno romántico, flores, café… ¿falta el violinista?
Adriana se dejó caer en una silla junto a mí, con una sonrisa traviesa.
—Yo quiero uno así —dijo—. Aunque con Kael me conformo con que no grite que soy suya en público.
Kael se rió, se acercó a Lycan y le dio una palmada en el hombro.
—Primo, me marcho al entrenamiento. ¿Vienes?
Adriana frunció el ceño.
—¿Entrenamiento? ¿Qué entrenamiento?
Kael se giró hacia ella, con una sonrisa orgullosa.
—El entrenamiento de la manada. Todos los lobos entrenan cada mañana en una explanada. Es obligatorio. Disciplina, fuerza, estrategia. No solo corremos y gruñimos, ¿sabes?
—¿Y qué hacéis exactamente? ¿Os lanzáis troncos? ¿Os mordéis por diversión? —preguntó Nat