Capítulo 19. Perseguida

La puerta del salón se abrió de golpe, como si hubiera entrado un rinoceronte. Todas nos quedamos paralizadas. Natalia dejó de respirar. Adriana se puso rígida. Yo… yo solo pensé: ¿Otra vez? ¿Más problemas?

El hombre que entró parecía sacado de una peli de acción de domingo por la tarde. Sudaba como si hubiera corrido una maratón en pleno agosto. Su camisa estaba medio desabrochada, y su pelo rubio hecho un desastre, y sus ojos buscaban algo o a alguien.

—¡Adriana! —gritó, con voz temblorosa—. ¡Por fin te encuentro!

Adriana se levantó como si le hubieran puesto un petardo bajo el asiento.

—Pero... ¡Que coño! —dijo, retrocediendo.

El hombre corrió hacia ella con los brazos extendidos, como si fuera a abrazarla… o a secuestrarla. Nadie lo tenía muy claro.

—¡Humana, no corras! ¡Eres mía! —chilló desesperado.

Adriana chilló como si hubiera visto una cucaracha con alas.

—¡Tú eres gilipollas! —gritó, y salió corriendo por el salón.

Adriana esquivó sillones, floreros, y hasta una estatua de
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