Sombras y Consecuencias
El calabozo no era más que una pequeña cámara subterránea, de piedra húmeda y aire pesado. La única luz que se filtraba era la de una antorcha lejana, lanzando sombras que se estiraban como dedos sobre el rostro de Gema. Estaba sentada en un banco de madera con las manos esposadas, la ropa sucia con la sangre seca de la pelea y la piel marcada por el forcejeo de la noche anterior. El tiempo pasaba lento, como si cada minuto pesara una eternidad.
No sabía cuánto llevaba allí, pero sentía cómo la desesperación comenzaba a abrirse paso entre su altanería. Sus dedos temblaban. No por el frío, sino por la incertidumbre. ¿Cuánto sabían? ¿Quién la había delatado? ¿Cuánto tardarían en decidir su destino?
Entonces, la puerta se abrió con un chirrido agudo. La figura que entró no necesitaba anunciarse.
-Levántate. -Dijo Helena sin levantar la voz.
Gema obedeció con el chirrido de sus dientes denotando el desagrado que le daba recibir órdenes de ella, lo hizo torpemente,