POV: Cecilia Hernández
Después de que Aslin pagó el vestido, pensé que regresaríamos a casa. Pero cuando subimos al auto, le dijo al chófer que tomara una ruta diferente. No dijo nada; solo mantuvo esa expresión serena mientras el chofer conducía, como si cada movimiento estuviera perfectamente calculado.
—¿A dónde vamos ahora? —pregunté, observando cómo el paisaje urbano reemplazaba los campos que habíamos cruzado antes.
—A almorzar, querida. No puedo dejarte volver con el estómago vacío —respondió con una sonrisa traviesa.
No insistí. La verdad, me venía bien distraerme un poco, aunque el peso en mi pecho no se aligeraba. Una parte de mí temía cada vez que ella decía “no puedo dejarte ir”, porque sonaba demasiado parecido a las palabras de Liam.
El auto se detuvo frente a un restaurante elegante, de fachada discreta pero lujosa. Una fila de ventanales dejaba ver el interior: mesas impecablemente dispuestas, copas de cristal, flores frescas en cada rincón. Todo olía a calma y dinero.