POV: Cecilia Hernández
El trayecto en coche se me hizo eterno, aunque apenas habíamos avanzado unos kilómetros desde que dejamos atrás los muros de la mansión de Rayner. Miraba el paisaje sin realmente verlo, aferrada a la sensación de libertad que creía sentir al alejarnos de aquel lugar. Pero esa ilusión se quebró cuando el vehículo disminuyó la velocidad y se detuvo frente a un edificio de fachada imponente.
Fruncí el ceño. No entendía por qué habíamos parado justo allí.
—¿Un hotel? —murmuré para mí misma, apretando los labios.
La puerta del auto se abrió y el aire de la noche me golpeó de lleno. No tuve más opción que descender, observando cómo la alta figura de Liam ya avanzaba hacia la entrada del hotel con esa seguridad implacable que lo caracterizaba. Era como si el mundo entero estuviera hecho para apartarse a su paso.
Unos pasos resonaron tras de mí. Uno de los guardaespaldas —alto, fornido, con expresión pétrea— se acercó con gesto firme.
—Por aquí, señorita.
Lo reconocí: S