Veinticinco años después
Inglaterra - Londres .
El rugido del motor de un auto de lujo rompió el silencio de la mañana cuando una limusina negra avanzó por la avenida principal de la ciudad. Dentro, Liam Azacel, ahora un hombre de veintiséis años, observaba por la ventana con una expresión fría e impenetrable. Su mirada, intensa y calculadora, era el reflejo de un carácter forjado bajo la disciplina y la fuerza de su padre, Carttal Azacel.
Vestía un traje impecable, el reloj de oro brillando discretamente en su muñeca. Dos escoltas ocupaban los asientos delanteros, atentos a cada movimiento alrededor. Liam no necesitaba palabras para imponerse; su sola presencia bastaba para que cualquiera entendiera quién era.
El vehículo giró hacia la entrada del imponente edificio Azacel Corp., una torre de cristal que reflejaba el cielo despejado. Frente a la entrada principal, una larga fila de empleados aguardaba. Todos sabían que ese día marcaría una nueva era: el hijo mayor del legendar