—¡Alexander, por favor, tienes que creerme! ¡No lo hice! —le ruego hasta más no poder.
—¿Por qué le creería a una mujer vulgar como tú, Aslin? —me dice con desprecio.
De inmediato me toma por el brazo y me arrastra fuera de la habitación, lanzándome al piso sin ninguna piedad, a la vista de todos.
—¡Guardias, sosténganla fuerte y no la dejen ir! —ordena con firmeza.
Ellos vienen hacia mí y me capturan sin titubear.
—¡No, Alexander! ¿Qué haces? ¡Por favor, haz que me suelten! ¡Soy inocente! —le grito, llorando a mares.
—Vamos, llévenla al auto —ordena nuevamente, y los guardias me arrastran como si fuera una criminal.
Al salir del hospital, me meten en una furgoneta mientras Alexander nos sigue de cerca. Me lanza al suelo con brusquedad, y mi cabeza choca contra uno de los asientos. Grito de dolor. Segundos después, siento cómo la furgoneta se pone en marcha.
—¡Alexander, por favor! ¿Qué me vas a hacer? ¡Déjame ir, te lo juro, no le hice nada a tu madre! ¡Nunca sería capaz! ¡Te