Al llegar a nuestro destino, Verónica me ayuda a salir del auto y me guía hacia su apartamento. No pierde el tiempo y de inmediato comienza a curar mi mano herida y la cortada en mi frente.
—Aslin, esto se ve muy mal. ¿No prefieres ir al hospital? —pregunta con el ceño fruncido.
—No, Vero, no te preocupes. En unos días sanará —respondo con amargura.
—No puedo creer lo cruel que es Alexander. Cruzó por tu lado y simplemente te ignoró como si no te conociera en lo absoluto —dice, enojada.
—Lo sé, pero ya estoy acostumbrada. Es increíble que, después de tres meses, me lo haya tenido que encontrar en una situación tan vergonzosa.
Después de que Verónica termina de curarme, entro al baño y me doy una ducha. Al salir, ella me presta uno de sus vestidos. Me lo pongo y me acuesto en su cama para descansar un rato.
Paso el resto de la tarde en casa de Verónica. Cuando miro la hora en mi teléfono, veo que ya son más de las siete de la noche, así que me levanto de la cama y me pongo los zap