En una carretera oscura y desolada, los gritos de un hombre se mezclaban con el sonido seco de los golpes. Tres guardias lo golpeaban sin piedad.
—¿Acaso sabes de quién es esposa la mujer que besabas en ese club nocturno? —preguntó uno de los guardias con una sonrisa burlona.
—No lo sé, ni me interesa. Todo lo que sé es que la amo profundamente —respondía el hombre entre jadeos, su voz reducida a un susurro.
El guardia soltó una carcajada cruel antes de soltar otro golpe certero.
—Pues debería interesarte, porque la mujer que besabas es la esposa de Alexander Líbano.
Erick palideció al escuchar ese nombre. De inmediato, comprendió la magnitud de su error. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando el hombre sentado en la parte trasera de un lujoso BMW bajó el cristal. Con un simple chasquido de sus dedos, los guardias se detuvieron al instante.
—No quiero verte cerca de mi mujer nunca más —dijo Alexander con frialdad—. Esta ofensa tendrá consecuencias. Me aseguraré de que, para maña