Me acerqué a Aslin despacio, como si cada paso que daba rompiera algo dentro de mí. La vi temblar, apenas perceptible, con los labios apretados y los ojos húmedos. No se movió. No dijo nada. Solo me miró como si no supiera si debía confiar en mí o salir corriendo. Y eso dolía. Más que cualquier golpe. Más que cualquier traición.Me detuve frente a ella, tan cerca que podía sentir el temblor en su pecho, el aroma dulce de su perfume mezclado con el miedo que aún colgaba en el aire.—Tuviste razón todo este tiempo —dije, con voz baja, como si cada palabra me costara el alma—. No fue una visión lo que viste aquel día en el parque... Era Alexander.Aslin se quedó en silencio. Por un segundo pensé que no me había oído. Pero luego bajó la mirada y susurró, apenas audible:—Yo lo sabía… —sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas—. Sabía que él estaba vivo. Y cuando apareció en mi habitación aquella noche… supe que no eran alucinaciones. Él está vivo, Carttal.No dije nada. Solo la rodeé co
POV : Carttal Azacel El silencio del despacho pesaba. Aún tenía el teléfono en la mano cuando la voz grave de Cedric, mi abuelo, rompió el aire como una cuchilla bien afilada.—¿Qué sucede, Carttal? ¿Quién te habló?Me costó un segundo responder. Tragué saliva, cerré los ojos un instante y dejé el teléfono sobre el escritorio con un leve golpe seco.—Fue ese miserable de Demon —dije al fin, apretando los dientes—. Dice que debemos viajar mañana a Centralia para cerrar un negocio. Según él, está estipulado en el contrato.Cedric no respondió de inmediato. Se puso de pie con lentitud, caminó hacia la ventana del despacho y miró hacia los jardines cubiertos por la neblina. Su silueta se recortaba contra la luz tenue que entraba por los cristales.—Debes tener mucho cuidado —dijo finalmente, sin mirarme—. Llévate a unos veinte guardaespaldas. Incluido a Mariano, te lo prestaré. Él sabrá qué hacer. Alexander es muy astuto, Carttal. Y cuando los astutos regresan de entre los muertos… es po
La mañana había llegado demasiado pronto.El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando bajé las escaleras de la mansión, donde encontré a los niños ya reunidos en la sala. Isabella se abrazaba a su peluche favorito, Liam jugaba nerviosamente con los cordones de su sudadera, y Noah me miraba con esos grandes ojos que siempre parecían entender más de lo que decía.Me agaché frente a ellos, sonriendo para intentar disimular el nudo que tenía en el estómago.—Papá volverá en dos días, así que tranquilos —les dije, acariciándoles el cabello uno por uno—. Y además... —agregué bajando un poco la voz como si les confiara un gran secreto—, cuando regrese, les traeré muchos regalos.Liam esbozó una pequeña sonrisa, Isabella asintió entusiasmada y Noah simplemente me abrazó, rodeando mi cuello con sus bracitos.Me tomé un momento para abrazarlos a los tres juntos, sintiendo su calor, su inocencia. Quería que recordaran ese abrazo hasta que volviera.Cuando me incorporé, mis ojos buscaron a As
Apenas crucé las puertas oxidadas, el eco de mis pasos se perdió en el silencio denso del lugar. La vieja fábrica olía a polvo, a aceite quemado y a recuerdos podridos. Las paredes estaban cubiertas de manchas y el suelo crujía bajo mis botas. Todo era una trampa, y lo sabía. Pero no me detuve.Entonces los vi.Guardias.Al menos una docena de ellos, armados hasta los dientes, con fusiles automáticos, chalecos blindados y rostros sin expresión. Me rodearon sin moverse, como estatuas listas para matar con solo una orden. Cada uno era un disparo esperando el permiso para salir. Pero yo no frené. Caminé como si no me importaran. Como si no llevara la muerte rozándome el cuello.Al fondo, entre las sombras, apareció él.Apolo.El bastardo de Rusia.Vestía un traje gris oscuro, impecable, con las manos metidas en los bolsillos y esa sonrisa torcida que siempre me había sacado lo peor. El cabello lo llevaba peinado hacia atrás, mostrando su rostro afilado, y sus ojos... esos malditos ojos a
Escuchaba la música sonar y los aplausos resonar en el gran salón mientras mi padre me tomaba con fuerza del brazo sin ninguna delicadeza , mientras emprendíamos la marcha nupcial , al llegar al altar mi padre me entrega a quien será mi futuro marido Alexander Líbano . - Alexander te pido que cuides de mi hija ella es mi más grande tesoro en este mundo - escuchaba decir a mi padre hipócritamente pues sabía que solo lo decía para aparentar , desde que nací jamás me a dado ni la más mínima muestra de cariño siempre me a odiado pues me acusa que por culpa mía mi madre murió al darme la luz . Tomo la mano de Alexander y unos momentos después escucho las tan ansiadas palabras del juez. Mirando a la bulliciosa multitud del auditorio, siento una mezcla de expectación e inquietud. Anhelo el nuevo comienzo que supondrá mi matrimonio con Alexander, Pero la mirada fría de mi padre y la sonrisa hipócrita de mi madrastra me provocan una vaga sensación de inquietud. ¿Es ésta la felicid
Observarlo actuar como si nada me consumía por dentro. Una rabia ardiente recorría mi cuerpo mientras veía a mi padre tomar de la mano a mi hermana y a mi madrastra para marcharse juntos, dejándonos a solas a Alexander y a mí. Él me recorrió con la mirada de arriba abajo, como si fuera un simple insecto, una presencia insignificante. Su frialdad hacía que el dolor dentro de mí se intensificara aún más. Sin pensarlo, lo seguí al interior de la mansión, sintiendo mi pecho arder de indignación. —Eres un desgraciado —le solté, la voz quebrada por la furia—. ¿Cómo pudiste acostarte con mi hermana el mismo día de nuestra boda? ¿Es que no tienes vergüenza, Alexander? Se detuvo en seco. Cuando se giró hacia mí, su mirada me atravesó como un puñal, haciéndome temblar. Con una expresión imperturbable, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y me habló con una calma que solo hacía mi dolor más insoportable. —No quería que te enteraras de esta manera, pero ahora que nos has visto junto
—Hermana, lo siento mucho. Sé que tuviste que pasar tu primera noche de bodas sola, pero tranquila, yo cuidé muy bien de Alexander —me dice con descaro. Siento la ira recorrer mis venas, y sin pensarlo, arremeto contra ella. Me acerco y le propino una fuerte bofetada. —¡Eres una descarada, una maldita zorra! Durante años te enredaste con mi prometido frente a mis narices —le grito, furiosa. Ella deja caer falsas lágrimas de inmediato. —Hermana, ¿cómo puedes ser tan cruel conmigo? De verdad no quería meterme con Alexander, pero él y yo nos amamos tanto… Yo lo amo tanto que no pude resistirme a esto que sentía. Intenté un millón de veces alejarme, pero el amor fue más fuerte. Créeme, lo último que hubiera querido era que te enteraras de esta manera —dice con cinismo. No me sorprende en lo absoluto. Fingir siempre se le ha dado muy bien. De repente, siento un empujón que me hace caer al suelo. Al levantar la mirada, veo el hermoso rostro de Alexander mirándome con una ira asesina.
Al llegar a la mansión, me despido de Verónica y bajo del auto. Observo cómo su vehículo da la vuelta en U y desaparece de mi vista. Suspiro antes de entrar, deseando con todas mis fuerzas no encontrarme con Alexander. Pero, como si el destino se empeñara en contrariarme, lo primero que veo al cruzar el umbral es a Alexander cenando en el comedor junto a Arlette. Ruedo los ojos con fastidio y me apresuro hacia las escaleras, pero su voz me detiene. —Hermanita, qué bueno que has llegado. Ven a cenar con nosotros, Mary ha preparado una deliciosa langosta —dice con fingida amabilidad. Contengo una mueca y respondo de inmediato: —No, gracias. Que les aproveche. Sin esperar réplica, termino de subir y cierro la puerta de mi habitación con un golpe seco, asegurándola con llave. La audacia de esos malditos no tenía límites; ni siquiera en esta casa podía encontrar un momento de paz. Alexander poseía varias mansiones, bien podría instalarse en alguna de ellas en lugar de quedarse aquí par