Isabella Fernandes
La mansión de los Vellardi se sumergía en un silencio casi sobrenatural después del atardecer. Cada piedra, cada pintura antigua en las paredes, cada pliegue de las pesadas cortinas guardara los secretos de la noche y se negara a revelarlos. El aire se volvía más espeso a medida que las horas avanzaban, y el sonido más leve resonaba demasiado alto, como si profanar aquel silencio fuera un crimen. Esa casa, con sus largos pasillos y su iluminación tenue, recordaba a los castillos olvidados de los cuentos sombríos… y, aquella noche, yo me sentía una princesa encerrada, pero no a la espera de un salvador.
Esperaba algo mucho más peligroso.
Esperaba por él. No podía dormir.
Me moví una vez más, buscando algún consuelo entre las sábanas ahora enredadas alrededor de mis piernas. El tejido estaba demasiado caliente contra mi piel. Mi respiración se había vuelto irregular y, por más que cerrara los ojos, él seguía allí. Lorenzo. Siempre él.
La imagen de su rostro me perseg