Mundo ficciónIniciar sesiónEl almuerzo en la veranda de la hacienda era un cuadro vivo de paz, calidez y sabor. La mesa de madera rústica estaba cubierta por un mantel bordado a mano, herencia de familia que Flora hacía cuestión de usar en ocasiones especiales. El aroma de comida casera —pollo caipira dorado en la olla de hierro, arroz suelto con hierbas del huerto, verduras asadas y farofa crocante— invadía el aire, mezclados con el perfume de las flores del campo distribuidas en pequeños frascos de vidrio. También había limonada fresca y una tarta de manzana humeante que anunciaba, desde ya, el placer del postre.
Aurora, sentada entre Isabella y Lorenzo, era pura luz. Vestía un vestido floreado, salpicado de margaritas diminutas, que se movía suavemente con el viento. Su voz era una melodía infantil que llenaba el ambiente de alegr&iacu







