Dos años después.
El despertador sonó a las siete en punto, no con el estruendo de una sirena de emergencia, sino con una melodía suave de piano que llenó la habitación de una calma dorada.
Aurora gimió, intentando estirar una mano para apagarlo, pero se encontró atrapada por el brazo de Lorenzo que cruzaba su cintura, manteniéndola pegada a su cuerpo como si, incluso en sueños, su instinto le dictara que debía asegurarse de que ella seguía allí.
Eso, sumado al considerable volumen de su propio vientre de ocho meses, hacía que moverse fuera una misión táctica casi imposible.
—Cinco minutos más —murmuró Lorenzo contra la piel sensible de su cuello. Su voz era ronca, profunda por el sueño, y envió una vibración cálida a través de la columna de Aurora que la hizo estremecerse.
Ella sonrió, girando la cabeza sobre la almohada para mirarlo. El cabello oscuro de Lorenzo estaba revuelto, cayendo sobre su frente, y sus pestañas descansaban sobre sus pómulos, suavizando las líneas duras de su