Mundo ficciónIniciar sesiónLa luz de la tarde entraba por los ventanales del penthouse con una calidez suave, casi maternal. Marcus estaba sentado en la alfombra, con Melissa recargada en él, coloreando un dibujo de un unicornio que ella insistía en que debía ser “azul porque así son los unicornios que vuelan”. Laila preparaba té en la cocina, moviéndose con una serenidad que, a los ojos de Marcus, convertía cada cosa que tocaba en algo sagrado. No había prisa, no había voces ajenas, no había tensión. Durante esos días, Marcus había decidido tomarse el tiempo de estar con ellas. De cuidar. De amar. De reparar todo lo que la vida le había arrebatado demasiado pronto.
Melissa miraba constantemente hacia la cocina. Era como si necesitara verificar que Laila seguía ahí, que no se había desvanecido como un







