Mundo ficciónIniciar sesiónEl domingo amaneció con olor a pan tostado y a cielo despejado. La ciudad, allá afuera, hacía su ruido de siempre; adentro, el penthouse parecía una isla de aire limpio. Marcus abrió los ojos antes que el despertador y, por primera vez en semanas, no buscó el teléfono. Lo dejó en la mesa de noche, boca abajo, lejos del alcance de su mano, como si ese gesto contuviera un pacto: hoy no pertenezco a nadie más que a mi hija… y a este hogar que estamos inventando.
Se lavó la cara, se peinó sin prisas, y cuando cruzó el pasillo hacia la cocina, ya tenía un plan concreto y simple: hacer del domingo un lugar donde quedarse. Ni agendas, ni llamadas, ni mensajes que tuerzan el pulso. El mundo podía esperar.







