28. El Lugar que Aún Ocupa
Ana estaba doblando cuidadosamente dos pequeñas camisetas con dibujos de tiburones cuando escuchó la puerta cerrarse con brusquedad. Ni siquiera tuvo que girarse para saber que Alexandre estaba de mal humor. Lo conocía demasiado bien.
—Ya me enteré de todo —dijo él desde la entrada, sin rodeos—. ¿Así de fácil te los roban? ¿En qué estabas pensando?
Ana suspiró, sin perder la calma.
—No los robaron. Fue un error. Eugenia los confundió con sus otros nietos. Cuando se dio cuenta, ya estaban con Hugo. Fue una coincidencia.
—¡Qué conveniente! —espetó Alexandre, avanzando hacia ella—. ¿Y tú qué hiciste? ¿Le sonreíste desde lejos mientras los abrazaba como si nada?
—No voy a discutir esto contigo —dijo Ana, girándose con frialdad—. Los niños están bien. Y no quiero que los escuches hablar así de su padre. Ni tú, ni nadie.
—¿Su padre? ¿Ese tipo que desapareció cinco años y ahora aparece como si nada?
Ana lo miró, firme.
—Sí. Su padre. El mismo al que yo no busqué porque respeté su decisión. P