Capítulo 18. Entre la Fe y el Deseo
Los días transcurrieron con lentitud después de aquella conversación en la biblioteca. Eira continuaba con sus actividades diarias, pero su mente no encontraba paz. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen del cuerpo desnudo de Entienne volvía a asaltarla con una claridad casi dolorosa. La culpa se aferraba a su corazón como una serpiente venenosa, enroscándose en su inocente conciencia.
En las noches, cuando todas las hermanas dormían, Eira escapaba al río, el mismo río donde lo había visto por primera vez. Allí, se arrodillaba en la orilla, sus manos entrelazadas en fervorosa oración. El agua fría lamía sus pies descalzos mientras su voz temblaba en plegarias incesantes.
—Señor, purifica mi mente, aleja de mí estos pensamientos impuros… —murmuraba, apretando los ojos con fuerza.
Pero cuanto más rogaba, más intensas se volvían las imágenes en su mente: el contorno firme de los hombros de Entienne, la curva de sus músculos mojados, la poderosa estructura que había visto entre sus pier