Desayuno Griego

 Desayuno Griego

​El eco del cerrojo al cerrarse la puerta fue el punto final de la batalla. Adan se había retirado, dejando tras de sí un campo minado de mentiras y una tensión tan densa que se podría haber cortado con la navaja de papá.

​—Ronda uno, superada, Comandante —la voz de Jack era un ronroneo bajo, una vibración que pareció calmar el temblor de mis huesos—. Ahora, vamos a prepararnos para la siguiente. Porque esto, mi querida Any, no ha hecho más que empezar.

​Sus dedos rozaron mi mejilla, un toque tan suave que contrastaba brutalmente con la guerra que acabábamos de librar.

 Mi primer instinto, el más primitivo y desesperado, fue hundirme en sus brazos. Olfatear el aroma exquisito del rey de hielo, abrigarme en el calor de su suéter y fingir que su calma imperturbable podía absorber mi caos por ósmosis.

Y por un glorioso segundo, lo hice. Me permití ese refugio, ese ancla en medio de la tormenta.

​—¿Ahora qué vamos
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