30. La velada
Hermes terminó su tarea, secando suavemente a Hariella con una toalla suave. Sus movimientos eran lentos y amorosos, cada toque una reafirmación de su compromiso y devoción. Hariella lo miró con ojos llenos de amor y gratitud, sabiendo que en él había encontrado no solo a un amante, sino a un compañero de vida, alguien que la cuidaría en cada aspecto.

Después, volvieron al lecho matrimonial. Hermes, cargando a Hariella envuelta en una bata blanca, la dejó caer de manera lenta sobre la cama. El ambiente estaba impregnado de la mezcla de sus fragancias, el sudor y el amor que habían compartido.

Hermes se puso sobre ella. Besó a Hariella en la boca, uniendo sus labios con una pasión renovada. Sus besos descendieron hasta su cuello, donde la piel suave y sensible de Hariella lo recibió con escalofríos de placer. Llegó gasta al torso de ella. Con manos firmes. pero cuidadosas, abrió la bata blanca que envolvía su cuerpo, revelando su belleza plena ante sus ojos deseosos.

Hariella se mostró
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