Edán regresó a la mansión Whitmore, donde vivía a costa de Eleanor. Solo recordaba esa escena asquerosa del beso de Herseis con ese jovencito. Él era más hombre que ese niño.Eleanor le hablaba a Edán, sin percatarse de que no lo escuchaba, ya que también estaba sumergido en sus propios planes para humillar a Herseis. Después de su discusión, les demostraría a todas que su esposo Edán era el mejor de todos y no ese horrendo viejo asqueroso con el que se estaba acostando y del que era amante.—El próximo fin de semana le diré a las chicas que llamemos a nuestros maridos, para ver qué tanto nos aman y están pendientes de nosotras —dijo Eleanor, explicando su idea—. Yo te llamaré y me vas a contestar, hasta programaré la alarma. Solo debes contestar y ser meloso conmigo. Compraré unos regalos y tú debes decir que les va a llevar un obsequio a cada una. Así, yo quedaré como la más amada de las esposas. Debes estar pendiente aquí en la mansión. La camioneta estará lista.Edán ni siquiera e
Eleanor asistió al club del té con su plan en mente. Había dejado a Edán en la mansión y los autos listos con los regalos. Actuó normal, siempre enfocando a Herseis con desdén.—Se me ha ocurrido algo —dijo Eleanor con astucia—. Es solo para saber qué tan atentos son nuestros maridos.—¿Qué es? —preguntó Sofía con interés.—Debemos llamarlos y ellos deben responder, no importa lo que estén haciendo, incluso en una reunión empresarial —dijo Eleanor con calma. Fingía su actitud.Los murmullos comenzaron entre las mujeres. Algunas estuvieron de acuerdo y otras se negaron para no molestar a sus maridos.Eleanor se encontraba sentada en una de las sillas más elegantes del club del té, con la espalda recta y una sonrisa falsa dibujada en su rostro. A su alrededor, las mujeres del grupo la observaban con una mezcla de expectación y curiosidad. Había presentado su plan con la misma confianza fría que siempre exhibía, pero ahora, en su interior, comenzaba a sentir cómo su fachada se agrietaba.
Herseis sentía una ligera tensión en el ambiente del club del té, aunque siempre había mantenido una compostura calmada y serena. El plan de Eleanor de hacer llamar a los esposos había caído como una trampa para muchas de las mujeres presentes, especialmente para aquellas cuyos maridos no habían respondido o les habían dicho que estaban demasiado ocupados. Después de ver la humillación que Eleanor había sufrido al no poder contactar a Edán, se encontraba dividida entre la ansiedad por lo que ocurriría si Helios no contestaba y la confianza en la relación que compartía con él. Helios no era como los demás. Su relación era distinta, aunque complicada.Sin embargo, no podía negar que había nervios en el aire. Eleanor y las otras mujeres se habían reunido a su alrededor, con los ojos puestos en ella, esperando tal vez que compartiera la misma humillación que Eleanor acababa de experimentar. Herseis observó cómo la líder del grupo la miraba con desdén disfrazado de interés, buscando cualqu
Sus palabras resonaban en su mente: "Ahora, no hay nada más importante para mí que ustedes dos". La voz de Helios tenía una fuerza que no provenía de la autoridad empresarial, sino de una ternura genuina, de un amor y una dedicación que solo le mostraba a ella, a su pequeña familia en formación. Herseis sintió que su corazón se expandía en su pecho, como si hubiera crecido de repente para abarcar todo el espacio que ese hombre llenaba en su vida. A su alrededor, podía notar los murmullos de las otras mujeres, los susurros admirativos, tal vez incluso envidiosos, de quienes la rodeaban, pero todo aquello se difuminaba frente a la intensidad de lo que experimentaba internamente.Cada declaración de Helios era un bálsamo, una confirmación de lo que ella sabía, pero que, en ese momento, adquiriría un peso aún mayor. De la manera en que él la protegía, no solo de peligros externos, sino también de las pequeñas inseguridades que la vida podía traer. El hecho de que se preocupara tanto por s
—Lo agradezco —dijo Herseis con voz sentida.—¿Aún estás en el club del té? —preguntó él.—Sí, todavía estoy aquí.—¿Cómo se han portado ellas contigo?Herseis miró a las demás. Sofía le susurró:—Pegúntale, ¿qué pasaría si la tratamos mal?—¿Qué sucedería si se hubieran portado mal?—Merecen ser castigadas y me encargaría de destruir a toda su familia. Sin excepciones —contestó Helios de manera inflexible.—¿Y se hubieran portado bien? —preguntó Herseis.—Merecen un premio. ¿Cuántas son, incluidos los empleados del club? —Sofía la dio el dato y Herseis se lo comentó—. Comprendo. Si puedes esperar un tiempo más, los regalos llagarán.Herseis apenas podía contener la emoción que la invadía tras escuchar la última respuesta de Helios. Había algo en su tono firme y decidido que siempre la conmovía, pero ahora, esa voz severa que prometía tanto castigo como recompensa, no solo la llenaba de admiración, sino también de una profunda satisfacción. Sabía que su marido, el hombre que la había
Eleanor permanecía en silencio. El golpe a su ego había sido devastador. Lo que había comenzado como una idea para demostrar la falta de atención que Helios le prestaba a Herseis, había resultado en una humillación total para ella. Mientras las demás mujeres admiraban los regalos y comentaban entre sí sobre la generosidad de Helios, Eleanor se sentía cada vez más insignificante. Edán no solo la había dejado plantada, sino que ahora se encontraba frente a un despliegue de poder y amor que jamás podría igualar.Intentó sonreír, intentando ocultar la vergüenza que la invadía, pero cada vez que miraba los regalos, su ira y frustración crecían. En su mente, ya estaba ideando formas de vengarse.El sol comenzaba a caer en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados mientras las nubes esparcían un resplandor suave sobre el entorno. La escena frente al club del té era como sacada de una pintura lujosa, con los autos elegantes estacionados y los escoltas firmemente plantados
Eleanor había regresado a la mansión Whitmore sintiéndose humillada, con la rabia a flor de piel. El plan que había ideado con tanto cuidado había sido su propio fracaso, un desastre que había expuesto la falta de devoción de su esposo y la falta de control que ella tenía sobre él. Mientras subía las escaleras de mármol de la entrada, su mente no dejaba de repasar el momento en el que Edán no le contestó las llamadas, dejándola en ridículo frente a las mujeres del club del té. Eleanor, la siempre perfecta, la siempre controladora, había quedado expuesta como una esposa más que no podía confiar en la lealtad de su marido.Al entrar al vestíbulo de la mansión, el aire denso y silencioso no la ayudó a calmarse. La mansión, con sus techos altos, paredes cubiertas de arte y muebles lujosos, siempre había sido su reino, su fortaleza, pero en ese momento sentía que las paredes la aprisionaban. Se acercó a uno de los empleados, un hombre de mediana edad, que la esperaba para recibir instrucci
Desde aquel día en que Helios había comenzado a recoger a Herseis del club del té, la presencia del joven CEO en el exclusivo círculo de mujeres de alta sociedad había generado curiosidad, y no era para menos. La relación entre él y Herseis irradiaba una intensidad y una devoción que se hacía evidente incluso en los gestos más pequeños. Aunque su identidad seguía siendo un misterio, todas las mujeres en el club se sentían intrigadas por aquel hombre que trataba a su esposa con tal dedicación y respeto, algo que, tristemente, no era tan común en sus propios matrimonios.Uno en especial, Helios llegó a recoger a Herseis como de costumbre. El auto negro, un sedán de lujo con vidrios tintados, se detuvo frente al club. A diferencia de los otros esposos, que preferían enviar a choferes o incluso no molestarse en aparecer, iba personalmente por su esposa. Los escoltas, vestidos de negro, salieron primero del vehículo, como siempre lo hacían, revisando que todo estuviera en orden.Su figura