El top deportivo de Herseis fue lo primero en caer. Helios lo levantó con una mano firme pero suave, desnudando su torso brillante de sudor. Sus pechos quedaron al descubierto, y Helios no pudo resistirse a inclinarse y besar cada centímetro de su piel, saboreando el ligero gusto salado de su sudor. Los gemidos suaves de Herseis llenaron el aire, sus manos enterrándose en el cabello oscuro de Helios mientras él la devoraba con besos y caricias.—Ah… Helios —susurró ella, su voz quebrándose entre el placer y la respiración agitada.Cada sonido que hacía, cada suspiro que escapaba de sus labios, encendía aún más a Helios. Su ropa deportiva pronto quedó esparcida por el suelo del gimnasio, mientras ambos se despojaban con prisa de cualquier barrera entre ellos. El aire estaba cargado de calor, no solo por el ejercicio, sino por el deseo que los envolvía.Cuando finalmente ambos quedaron completamente desnudos, Helios la levantó fácilmente, sosteniéndola por las caderas con la fuerza que
Ambos se quedaron en silencio, con una exaltación entre ellos. Era como si el resto de la sala hubiera desaparecido. No importaban las miradas curiosas de los asistentes ni el bullicio de la celebración. Solo existían ellos dos, inmersos en un diálogo íntimo, aunque formal, que ocultaba mucho más de lo que expresaba en palabras.Helios, sin poder contenerse más, extendió la mano y tomó suavemente la de Herseis. Su piel era cálida, y el contacto los conectó de una manera que las palabras no podían describir.—Siempre he sabido que había algo especial en ti —dijo él—. Y hoy, más que nunca, lo veo con claridad. Eres… perfecta.Los ojos de Herseis se suavizaron, y sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia él, dejando que su frente tocara suavemente la de Helios. El gesto era íntimo, silencioso, pero cargado de emociones que no necesitaban ser dichas.—Helios… —susurró ella.Ambos se acercaron todavía más. Y entonces, sin más palabras, Helios la abrazó. Fue un abrazo firme, protector, pero
Herseis tensó los dedos y exhaló con resignación. Solo quería pasar de largo, pero él la había llamado. ¿Por qué? Le había pedido el divorcio y se había casado con ella, con Eleanor Whitmore al poco tiempo. Ellos no tenían nada pendiente y su matrimonio había muerto también desde hace muchos años.—Así que estás aquí. ¿Qué hace una cajera en un evento del grupo Astral cómo este? —dijo Eleanor de forma altiva y venenosa—. Mi hermano es el asistente de gerencia del Banco Diamantes y nos ha invitado.—Comprendo. Sigan viendo las promociones de la tienda y del banco —contestó Herseis de forma cortante. Nada más deseaba irse y dejarlos a ellos.Herseis intentó irse. No quería inconvenientes con ellos, ni causar problemas al banco y a la tienda aliada del grupo Astral. Helios era el CEO y como asistente de gerente no podía generar reportes negativos.—¿A dónde vas, cajera? —preguntó Eleonor de forma burlesca—. No saludas y ya te vas. Apenas comenzamos a hablar.—Yo no tengo nada que convers
—Claro que no —dijo Herseis con apuro. Aunque su cuerpo pesaba, se puso de pie—. Yo lo siento. No fue mi intención tumbarlo. —Su voz sonó rota, casi inaudible, como si no tuviera la fuerza suficiente para defenderse. Y en verdad, no la tenía.Esa frase fue como una puñalada directa al corazón. Herseis sintió cómo algo en su interior se rompía, algo que había mantenido unido con tanto esfuerzo, con tanto dolor. Sus piernas temblaron, y por un momento pensó que volvería a caer. El aire a su alrededor se tornó espeso, casi irrespirable, mientras las palabras de Eleonor seguían repitiéndose en su mente como un eco interminable. "No puedes tener hijos... quieres dañar a los míos..." Era una acusación injusta, cruel, pero, aun así, resonaba con una verdad que no podía negar. Ese hecho la definía, la marcaba como una falla, un defecto.Los murmullos de la multitud se intensificaron. Sentía cómo las miradas la atravesaban como agujas, cada una más dolorosa que la anterior. Intentó respirar, p
El escalofrío que le recorrió la columna vertebral fue la manifestación física de todo lo que sentía por dentro. Sus labios temblaban, sus rodillas también, y aunque no quería ceder, no podía evitar sentir cómo su cuerpo la traicionaba. ¿Qué quedaba de la Herseis que había comenzado a recuperar su vida? Esa que había dejado atrás la desesperanza, la que estaba volviendo a sentir la alegría y el poder sobre sí misma. Ahora, de nuevo, estaba al borde de la destrucción, al borde de caer de rodillas, no solo físicamente, sino emocionalmente.El murmullo de la gente la envolvía como un manto pesado, sofocante. Los susurros eran como serpientes que se arrastraban por el suelo, listos para enroscarse a su alrededor, para estrangularla con sus opiniones y juicios. Todo su ser deseaba desaparecer, borrarse del mapa, porque cada segundo que permanecía allí, enfrentada a la hostilidad de los Whitmore y los Grey, era como una eternidad en un purgatorio de humillación.No podía hacer otra cosa. El
Esas palabras, un juego entre ellos, siempre llevaban consigo un tono de sumisión placentera, un guiño a la dinámica de poder que compartían en privado, pero que solo ellos comprendían del todo. El título de “joven señor” era más que una referencia a su posición en la empresa o a su juventud; era un recordatorio de su conexión profunda, de la confianza que Herseis depositaba completamente en él.Helios captó el matiz de su sonrisa, de sus palabras, y su propia expresión se suavizó, apenas perceptible, pero lo suficiente para que Herseis notara el pequeño destello en sus ojos. Aquella era una de las cosas que más la atraían de él: su capacidad para comprenderla sin necesidad de muchas palabras. Incluso en un momento tan tenso, él podía devolverle la confianza solo con esa mirada. Y aunque estaba rodeada de miradas acusadoras y de murmullos inquisitivos, en ese preciso instante, Helios era todo lo que importaba.Mientras él se volvía lentamente hacia William, Herseis lo observaba con ad
Esa tranquilidad y calma inquietante, solo acentuaba el poder que emanaba de él. William lo miraba, ya no como un rival ni como un joven imprudente, sino como un dios que podía decidir su destino. El sudor comenzaba a empapar la camisa de William bajo el saco caro que llevaba puesto, su postura se volvía tensa, rígida. Sus piernas apenas lo sostenían, y por un segundo temió que sus rodillas cedieran y cayera de rodillas, como lo había exigido de Herseis minutos antes. La ironía de la situación le pesaba como una carga imposible de soportar.Intentó abrir la boca para disculparse, pero sentía un nudo en la garganta, uno que no podía deshacer. Su respiración se volvió errática, corta, como si el aire fuera insuficiente. "Helios Darner", el nombre volvió a retumbar en su cabeza, y con él, la certeza de que su vida estaba ahora en manos de ese hombre. Sabía que una sola palabra de Helios podría acabar con su carrera, arruinar su reputación y dejarlo en la ruina. Y lo peor de todo era que
Su vista se volvió a encontrar con la de Herseis, y en ese breve instante, todo lo demás desapareció. El ruido de la tienda, las miradas curiosas de los presentes, incluso la familia Whitmore y Edán Gray se desvanecieron. Solo quedaban ellos dos, conectados por algo mucho más profundo que cualquier humillación pasada. En ella vio la gratitud, pero también la vulnerabilidad. Lo supo con certeza: ella era su razón de ser. Ya no solo era atracción física o un deseo de pasajero; lo que sentía por Herseis había crecido en algo más, algo que lo consumía por completo. Quería protegerla, pero más que eso, quería ser el hombre que la pudiera sentir plena, amada, segura. La había conocido siendo un niño y le había parecido linda. Cada uno había hecho eso vida y se había vuelto a encontrar de adultos. Ahora, ese chico universitario le seguía pareciendo bella, aún más hermosa y la edad no era un impedimento para consumar su pasión.Le bastaría con un solo gesto, una simple palabra, para destruir