Shadow
Habían pasado solo unos días desde que la bala de Fiamma casi termina con mi pobre existencia.
Por suerte, ya podía moverme sin que el dolor me hiciera apretar los dientes. Aún así, mi enfermera personal, me trataba como si fuera de cristal.
Estaba terminando de abotonar mi camisa cuando ella apareció en la puerta. Se apoyó contra el marco, cruzando los brazos y con esa mirada que me daba cuando estaba intentando ser paciente pero algo le molestaba.
—No deberías levantarte todavía, —dijo con su voz suave mientras me miraba desde la entrada de la habitación.
—Estoy bien, —respondí con un gruñido, ajustándome la chaqueta y comprobando que no estuviera arrugada.
Hoy era un día de respeto, y no podía darme el lujo de faltar.
—Eso no significa que debas comportarte como un idiota, —replicó, dando un paso hacia mí. Podía sentir su preocupación incluso sin mirarla. Era constante, cálida, y me irritaba tanto como me aliviaba.
—No voy a quedarme aquí, niña, —dije con un suspiro, girándo