El aroma a desinfectante y a desesperación era el perfume de los pasillos de hospital. Leo y Sienna habían regresado con Ethan, y el pequeño cuerpo, antes tan vibrante, ahora yacía en la camilla con los ojos cerrados.
La fiebre lo estaba consumiendo por completo y la piel, siempre de un tono oliva, se había vuelto pálida, casi transparente. El corazón de Sienna se sentía como una piedra pesada en su pecho.
A su lado, Leo sostenía su mano, su palma tibia y amable, se había convertido en un ancla en medio de la tormenta. Chris y Rachel habían llegado en cuanto supieron de la noticia. Chris, traía el rostro serio y pálido, y Rachel una mirada de preocupación que no podía ocultar.
El médico, el Doctor Osler, se acercó a ellos
— Me apena mucho tener que decirles esto — Comenzó, quitándose las gafas y apretándos