Chris, recostado en su cama a las tres de la madrugada continuaba repasando los hechos de hacía dos días atrás, como si los reviviese a cada paso cuidadosamente, para hallar algún tipo de explicación a la locura que había experimentado y que todavía no terminaba de procesar.
El silencio en el apartamento de Leo había sido tan denso que podía cortarse con una hojilla. Casi podía sentirlo de nuevo. Un silencio helado, roto solo por el murmullo de la heladera en el fondo de la cocina.
La confesión de Leo, y su escepticismo, habían dejado una herida abierta en el aire, y Sienna, incapaz de soportar la tensión, se levantó de su asiento y se refugió en la cocina, con la espalda tensa como una cuerda de violín a punto de romperse.
Él la había seguido con su mente acostumbrada a los números y a la lógica, luchando por entender lo qu