Después de salir del juzgado, siento un sabor agridulce en la boca. Sí, siento alivio de que hay una orden de restricción en su contra, un muro legal para protegerme de mi abusador. Pero no es suficiente, no con la amenaza de que pueda denunciarme, acabar con mi carrera y mi testimonio. No quiero que mi violación se convierta en un circo o en una lucha para ver quién dice la verdad. No debería ser así, no después de todo lo que me hizo sufrir.
En un silencio tenso, volvemos al coche. Alana debe estar por aterrizar y el aeropuerto está a más de treinta minutos, así que Andrew toma la dirección hacia allá de inmediato.
Allí, decido que es el mejor momento para sacarle información.
—El Max de quien hablaban, ¿por qué se odian?
Él frunce el ceño, removiéndose en el asiento. No hay que ser adivino para darse cuenta de que la conversación lo incomoda. Pero tendrá que aguantarse; si no me dice la verdad, no puedo confiar ciegamente en él.
—¿Por qué dices que nos odiamos?
—Bueno, en la fiesta